(Fragmento)
Bajo el talud pasa el primer ómnibus. Se detiene. Vuelve a partir. Del
otro lado, extendida sobre la bahía, la ciudad despierta, en la irregularidad
de sus techos. Lejana en la niebla que se levanta, y flota en las nubes ligeras,
tenues, dispersándose como un humo. Un borde de sol aparece en lo más alto de
una torre de pizarra. Reverbera en chispas doradas. La campana de una iglesia
llama a los fieles a misa, a intervalos regulares. Se encienden las lucen en
las ventanas. Se apagan algunos focos en las calles todavía desiertas. Llaman
las bocinas a las fábricas, agudas, urgentes. Los camiones municipales recogen
la basura entre la algarabía de sus voces y el ruido de los tachos lanzados
contra el pavimento. Bajan los ascensores. Los ganados van mugiendo tristemente
al matadero. La ciudad está de pie. Febril. Suenan los teléfonos. En la tensión
de los cables corren enloquecidos los telegramas. El astronauta recorre las
órbitas celestes. Más alto. Más alto. Sobre alrededor de la tierra, de las
estaciones. La nave espacial sube velozmente, como una saeta, circundada de
astros, en la plenitud solitaria, en la estelar aventura.
Clara Silva (escritora uruguaya)